El diablo me visita, travestido, un cuerpo divino en tacones altos. Lleva los cabellos sueltos y ensortijados, mientras se acerca con una amplia sonrisa. ¿Es acaso que la maldad descansa en sus brazos? Cierro los ojos y me dejo llevar. Cada caricia es distinta y su voz tierna me empieza a transportar a paisajes interminables. Labios que me hacen sonrojar, me siento como un niño inexperto con ganas de amar.
Todo resulta una fantasía, la eterna mentira que debo cargar cada noche.
El diablo viene en distintas formas, con rostros irreconocibles entre sí. ¿Es acaso el exceso de egolatría lo que me lleva a amarlo? Venero el vaivén de su pequeña cintura, la eterna dureza de su corazón impuro. Juega conmigo como si fuese un niño, aquellas trampas seductoras en las que me pierdo, sin prejuicios de la razón. Me prometió fama y dinero en dosis pequeñas de fármacos bicolores. Alucinado soñador en nubes etéreas.
¿Soy esclavo de una alucinación psicotrópica o amo de una realidad paralela?
El diablo me espera entre sedas exóticas y burdo perfume, jadeando mi nombre entre lenguas extrañas. Hoy he planeado el epílogo de nuestra existencia, falsa admiración que nos hace débiles ante la simpleza de amar. Un puñal en su cuello será el testigo del amargo final, llenaré las calles de azufre y dolor.
No me esperes al amanecer querido Dios.
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