Temo a muchas cosas en esta vida, jodida tal y cual es, con sus defectos, alegrías y demás fantasías derramadas en semanas parecidas entre sí con pinceladas de genialidad.
Temo, en primer lugar, al rechazo, pues siempre he sido aceptado y querido por las personas que más cerca han estado desde pequeño conmigo. Por esta razón siempre salí corriendo de todas las relaciones amorosas que tuve, al menos de las que marchaban bien y decidí arruinarlas, pensaba -tonto adolescente- que la mejor salida era arruinar todo antes que la otra persona decida dar el primer paso y arruinarlo todo.
Temo a equivocarme y no tomo decisiones, sino hasta el final, cuando pienso que todo está claro. Temo a que la chica que amor de pronto tenga una laguna mental y se aleje de mi, tratando de recobrar su brillante pasado y retomar ciertas costumbres -incluídas amistades, viejos amores e insana diversión- le temo a todo ello y no sabría qué hacer si ocurriera algo.
Quizás me echaría en la habitación que tantos secretos oculta, tantas horas de música, charlas, risas, alcohol y algo de sexo. La perversión y lo sórdido me atrae de una manera brutal, trataría de escapar de lo normal y escabullirme a aquel rincón que pocas personas comparten, aquellos seres que eligieron el camino de lo inmoral, lo ufano y malévolo. Tomaría, en resumidas cuentas, el bus directo al infierno.
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