No son pocos los motivos para hacernos partícipes de la orgía posmoderna de la civilización. Ahora más que nunca somos tan parecidos a los romanos o los griegos, vivimos por y para el placer. ¿Será cierto que la historia es cíclica? No lo sabemos con exactitud. De lo que sí podemos dar cuenta es de el gran festín armado en los últimos años.
Podríamos situarnos en los finales de los 90, cuando hubo una gran recuperación económica. Los estudiosos de los fenómenos sociales saben que mientras haya prosperidad habrá una mayor búsqueda del placer. No sólo del sexual, claro está. Es así como en esta casi década la degradación y la perversión se ha tornado pan de cada día. No nos conformamos con sólo un pedazo de la torta, queremos comer todo lo que podamos, hasta sentirnos conformes. ¿Acaso llegamos al punto de vomitar tan sólo para seguir comiendo?
Las empresas dedicadas al placer tuvieron su apogeo y el mundo, al menos el occidental, vivía la prosperidad sin preocuparse de lo que pudiera pasar. Quizás, aletargados e insaciables, no nos dimos cuenta del gran desastre que se avecinaba. Nos ganó la crisis económica por walkover.
Y ahora vemos lo mal que lo pasa la revista Playboy y la trasnochada industria pornográfica en Estados Unidos. La gente ya no compra gadgets como antes y los televisores LCD se aburren de repetir Hulk HD en las estanterías de las tiendas. Hasta los últimos modelos de celulares se han convertido en putas de lujo, muchos las ven pero pocos las pueden pagar.
¿Es el final del hedonismo posmoderno? Quizás algo productivo salga de dejar el placer por la lógica.
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